30.11.13

Hecho 50000 veces

Listo, ya están las cincuenta mil palabras, sucias y llenas de erratas seguro, pero listas y conformando algo parecido a una extraña novela constituida sólo con diálogos, así que me he ganado este trofeo:


Y podéis encontrar el resultado final en los enlaces de obras de la derecha o en este enlace.


28.11.13

Shamsia 24

La noche anterior había sido muy mala. Mis compañeros no habían sobrevivido y yo estaba convencida que no lo iba a hacer. Cuando llegamos a Talesmel la vista me había impresionado. Aún podía recordarla. Aquel inmenso agujero había sido una de las ciudades más prósperas de las tierras medias. Aquellos campos repletos de plantas retorcidas y purulentas, habían sido bosques de pistachos y fértiles huertas. Pero ahora el agujero estaba repleto de ruinas y los campos de monstruos. Como decía nuestro líder, pocos entran y menos salen, pero mucha es la riqueza de los que salen. No era difícil de creer ninguna de las tres partes de la frase. Simplemente llegar hasta la visión de las ruinas había sido un reto. La corrupción del gigante llega hasta varias jornadas de distancia desde el lugar en el que se alzó, y en todo este territorio la flora y la fauna es simplemente mortal. Llegar ya era un freno, pero entrar en las ruinas no daba menos miedo. De la ciudad llegaba un olor insoportable ya desde la distancia. Dicen que no son los muertos que yacen en el agujero, dicen que el propio gigante estaba muerto antes de levantarse desde las entrañas de la ciudad y que el olor que lo domina todo en las ruinosas calles es de él. La tierra del agujero tiene un extraño color, que no es pardo, ni rojo, ni tampoco un color amoratado como la sangre de los enanos, es… un color que sólo se puede describir como desagradable. No cabe duda de que pocos entran. El jefe de la expedición ya nos había avisado de que no sólo hay ruinas y mal olor aquí abajo. Ya nos había avisado de que algunos ciudadanos de la ciudad se arrastran por entre las calles, muertos en apariencia, hambrientos en realidad. Ya nos había avisado de que estos muertos vivientes no eran sino el menos peligroso de los habitantes de las ruinas de Talesmel. Así que, era fácil imaginar que pocos salen, muchos menos de los que entran. Y en cuanto a las riquezas. No es que el oro se viese desde lejos, pero, maldita sea, había sido una ciudad enorme y muy poblada. Una ciudad en la que las desgracias de la Gran Guerra se habían cebado, y según nuestro líder, habían caído sobre la ciudad repentinamente, de la noche a la mañana. Seguro que aquellas ruinas estarían repletas de riquezas abandonadas a la suerte.

Pero aun así bajamos. Habíamos venido para esto. Éramos jóvenes, sanos y atrevidos. Todos conocían ya mi capacidad para quemar cualquier cosa. Muzzhá, el líder, no tenía rival como rastreador y arquero. Layssa, su compañera elfa, podía acertar con su arco largo en su único ojo a un tuerto que avanzase hacia nosotros antes de que cualquiera lo hubiese distinguido en la lejanía. Ruyeiko, el sureño, podía ocultarse en las sombra en pleno mediodía de verano, en mitad del desierto. Eric era tan grande y fuerte que el escudo que usaba para protegerse bien hubiese podido ser usado como balsa. Y finalmente Rheiya, pequeña y viva, podía abrir cualquier cerradura. Éramos muy buenos en lo nuestro. Nos merecíamos triunfar y volver a casa con oro como para vivir el resto de nuestras vidas, es decir, para al menos una semana de beber sin parar y comer hasta reventar en la Dorada Talikes.

Nos equivocábamos. El primer día nos quedamos en las afueras del sur de la ciudad, en la parte empinada de la ladera, donde algunas casas de aspecto lujoso aún se sostenían en pie, pero no muy lejos del borde del agujero de color indescriptible. No encontramos ningún peligro allí, más allá del mal olor. Rheiya abrió lo que aún no estaba abierto y encontramos ropa vieja, alguna de calidad, pero nada de lo que realmente nos había traído hasta allí. Nada de oro, nada de joyas, ningún objeto con esas runas auténticas de la magia encantada que Muzzhá había aprendido a distinguir con los años de experiencia dedicándose a estas cosas. Nada de un valor tal que mereciese la pena cargar con ello. Regresamos al campamento y nos dijimos que teníamos que adentrarnos más. Que aquél borde exterior tal vez fuese más seguro, pero lo que era del todo seguro es que otros ya se nos habían adelantado.

El segundo día nos atrevimos a bajar al agujero. La tierra era extraña, no estaba húmeda, no en el sentido positivo del lodo, del agua, pero se pegaba en las botas como si fuese lodo. No lo era, era algo pegajoso, como baba de caracol, una enorme cantidad de baba de caracol, y todo en su contacto palidecía. Literalmente, los rojos se volvían naranjas o rosas, los negros grises, y el acero de las cotas de malla se tornaba de un color plomizo. Ni siquiera consideramos tocar aquella cosa con las manos desnudas, aunque durante aquella noche todos bromeaban que yo debería ser inmune, porque más blanca de piel no me podía quedar.

Aquel día encontramos muertos recientes. Casi todos eran saqueadores, como nosotros, sólo que no habían sobrevivido. Casi todos permanecían muertos, quitecitos allá donde hubiesen sucumbido; pero no todos, algunos tenían hambre y nos querían en su menú. Las flechas no los detenían, de hecho, las ignoraban y sólo servía para que perdiésemos proyectiles. Por suerte, el martillo enorme de Eric los dejaba secos al primer golpe, y mi fuego no dejaba gran cosa de ellos. Aquel día encontramos dos objetos de interés: una gargantilla de buena plata, algo deslustrada por efecto de la baba que lo impregnaba todo, y un par de botas extrañamente decoradas que Muzzhá identificó como mágicas.

(¿Y eran mágicas?)

(Sí, aún me las pongo a veces)

(¿Y qué hacen?)

(Una pantorrilla muy bonita)

(En serio)

(Vale, cómo pronto aprendí con las botas puestas casi no se puede escuchar el sonido que haces al caminar, hasta Ruyeiko quedó impresionado por la mejora en mi habilidad para caminar en silencio una vez que me las puse, y fue una suerte, porque fueron vitales para que pudiese sobrevivir)

(De acuerdo, continúa)

El tercer día decidimos adentrarnos bastante más, hasta una casa en ruinas que se veía no muy lejos del lugar en el que habíamos estado rebuscando. Parecía una casa muy prometedora. Había tenido jardín, como las casas de calidad de Al Hassim, un jardín para dar olor, aunque ahora el jardín sobre todo diese miedo. Al menos la mitad de la casa se mantenía en pie, incluso parte del muro exterior de la hacienda se sostenía. Era un buen lugar para buscar riquezas abandonadas. Yo iba con las botas –siempre que encuentro unas botas de mi tamaño hago lo imposible para quedármelas, comprarlas o lo que corresponda, es una especie de manía, no sé si porque fue la primera cosa que me conseguí para mí misma una vez que salí de mi aldea, una botas que me quedasen bien. El sureño iba comentado mi súbita mejora en caminar en silencio, en tono de guasa, por supuesto, bromas a las que se unía Rheiya. Layssa aún mantenía su arco largo, pero Musshá que iba al frente había dejado el suyo en el campamento ya que era inútil y ahora blandía su cimitarra. Varios muertos vivientes quisieron acompañarnos en nuestra excusión y agradecimos fervientemente el ofrecimiento, a base de quemarlos, cortarlos y aplastarlos con verdadera dedicación. Supongo que cuando llegamos a lo alto de la casa –estaba algo más elevada que las demás, tanto el edificio como el terreno circundante- nos habíamos confiado demasiado. Hablábamos de forma escandalosa, casi gritando, y nos reíamos a carcajadas. Excepto Layssa, que sentía auténtico pavor a los muertos que caminaban.

La casa era un buen lugar para buscar. Nada más entrar un candelabro de plata de varios codos de alto aún se mantenía en pie junto a la puerta, con su vela casi derretida encajada en su parte superior. La parte superior de la casa era complicada de alcanzar porque la escalera que debía dar acceso a la misma se había derrumbado, así que lo dejamos para el final, aunque lo más probable es que de haber algo de auténtico valor estuviese ahí, en los dormitorios principales. Nos separamos. Eric y el sureño se quedaron en el salón, que al tener una de las paredes derrumbada les permitía vigilar el jardín y avisarnos si algo se nos acercaba. Musshá y su pareja se dedicaron a rebuscar en las habitaciones de la primera planta y Rheiya y yo bajamos al sótano o despensa que encontramos en la cocina.

Allí abajo había un poco de todo. Había barriles grandes amontonados en una pared, pero dos estaban vacíos y el tercero olía a vinagre. A la derecha, nada más bajar unas estanterías contenían conservas de todas clases, desde embutidos hasta encurtidos, y bajo las estanterías dos tinajas grandes contenían aceitunas echadas a perder. En cualquier caso no habíamos bajado a buscar comida precisamente, a no ser que fuesen salchichas atadas con hilo de oro. A la izquierda seis o siete cajas impedían ver lo que había detrás, excepto la columna que sostenía el techo.

Encendí mi mano derecha para iluminarnos y Rheiya se puso a rebuscar mientras yo la iluminaba. No sólo había cosas de comer. Encontramos unas ollas viejas y una cubertería de madera probablemente para uso de los criados. En definitiva nada. Rebuscamos de todas formas a fondo, porque a veces los ricos tienen depósitos ocultos en los lugares más insospechados. Entonces escuchamos un golpe sobre nuestras cabezas. Más que un golpe era un estrépito, como si una pared se hubiese derrumbado. Lo más probable es que algo se hubiese caído sobre nuestros compañeros, o tal vez Musshá se había cansado de buscar en habitaciones poco prometedoras y habían intentado escalar al piso superior con mala suerte. Corrimos hacia le escalera para ver si necesitaban ayuda y entonces entendimos que algo iba mal. Yo sentí un escalofrío como jamás había sentido y mis llamas se apagaron. Rheiya no parecía tan afectada –yo casi no podía andar- pero aun así le detuvo el miedo. Escuchamos sobre nuestras cabeza la voz clara de Eric maldiciendo a alguien o a algo, y luego el sonido claro de su martillo rompiendo una pared. Rheiya me preguntó que qué me pasaba y yo sólo acerté a balbucear que no lo sabía. Nunca había tenido tanto frío. Viendo que casi no me podía mover, decidió subir a ver qué pasaba. No debí dejarla marchar. Escuché un grito de mujer, creo que de Layssa y era un grito agónico, así que me arrastré hasta lo alto de la escalera. El aire estaba tan frío que se condensaba delante de mi boca y me temblaba todo el cuerpo. Rebuscando en los cajones de la cocina encontré algo parecido a un mantel y me lo eché por encima. Ayudó pero no demasiado. Intenté inflamarme, pero apena logré calentarme las manos. Había una lucha en el salón. Se escuchaban gritos, golpes de arma, y unos extraños sonidos, como chasquidos que no sabía identificar. Me obligué a intentar salir de la cocina pero no llegué a hacerlo.

De pronto un extraño ser se materializó sobre una de las mesas. Es justo eso lo que pasó, se materializó. Recuerdo que primero escuché el sonido, el chasquido y luego aquel ser estaba sobre la mesa, sin más. Tenía en cierta forma la apariencia de un niño de unos seis años o así, pero no lo era. No estaba vestido y su piel era de un color blanco azulado. Se le marcaban las venas en algunas partes, especialmente en los brazos de un color azul oscuro. Me miró. Sus pupilas eran sólo algo más menos blancas que el resto del ojo. Me sonrió y al tiempo que lo hacía pude ver como sus colmillos se alargaban y afilaban hasta transformarse en auténticas armas. Y saltó sobre mí. Intenté quemar a esa cosa. Era lo que mi instinto me pedía, pero no funcionó, y aquella cosa me mordió la mano. Le golpeé con la izquierda hasta que me soltó. Me dolía enormemente, más de lo que correspondería por el mordisco y sangraba bastante. El niño o lo que quiera que fuese…

(Los llaman Saltadores)

(Es… descriptivo)

El saltador parecía contento y se relamía mi sangre en sus labios. De pronto sus uñas se alargaron hasta transformarse en una zarpas de una longitud mayor que sus dedos, unas zarpas extrañas, azuladas y que parecían cubiertas de escarcha. Estaba claro qué es lo que pasaría a continuación y me empezó a entrar angustia. ¿Me iba a matar esa especie de crío? Saqué una cimitarra que siempre llevaba pero que no había usado desde hacía años, y ataqué a aquella cosa. Ella se limitó a esquivarme y a saltar de nuevo hasta la mesa. Se rio de una forma terrible. Era la risa de un niño, pero a la vez era la de un demonio. Le volví a atacar, pero esta vez en lugar de esquivarme se desvaneció y casi de inmediato sentí la laceración de mi hombro izquierdo. Estaba sobre mí. Su zarpa goteaba mi sangre, después de haber atravesado mi armadura como si fuese de papel. Me lo intenté quitar de encima con desesperación, pero aquella cosa endiablada me cortó una y otra vez. Rápido como el rayo, ágil como un conejo, escurridizo como una rana. Me dolía por tantas partes que pensé que me desmayaría de inmediato, pero de nuevo la ira sustituyó al dolor y al miedo, y, a pesar de aquel frío malévolo, mi pelo se inflamó. El saltador retrocedió sorprendido, pero no se marchó ni se desvaneció. Tal vez tuvo curiosidad, en cualquier caso ya no pudo marcharse después. Sintiendo el fuego corriendo por mis vena de nuevo, no me costó nada alzar mi malherida mano derecha y verlo arder.
Chilló como una rata atrapada, y sus chillidos atrajeron a más cosas de esas. Todas eran diferentes, como los son unos niños de otros, pero todos eran igual de blancos, igual de fríos y todos estaban cubiertos de sangre. Simplemente fueron apareciendo aquí y allá de la cocina. Todos precedidos por un chasquido, cada uno sentado en alguna encimera o en cuclillas sobre una alacena. Pero para entonces todo mi cuerpo ardía. El fuego, mi amante, me rodeaba feroz y amenazante. Mi sangre no llegaba a manar de mis heridas porque se transformaba en chispas antes de alcanzar el suelo. Intenté retroceder hacia la salida pero allí estaba ella.
Era una mujer, hermosa y sonriente, pero todo su cuerpo era nieve.

(Una nívea)

(Una nívea, la ‘madre’ de aquellos niños)

(No son realmente sus hijos, durante…)

(Tanto me daba, era una situación mortal y mis compañeros probablemente ya estuviesen muertos)

(Los saltadores son muy peligrosos y si los lidera una nívea…)

Para mi sorpresa aquella mujer me habló, en nuestro idioma. Alabó mi figura, el color de mi piel, pero dijo que tenía muy mal gusto para combinar. Tu piel no pega con ese fuego, me dijo, y luego me urgió a apagarlo. Ella misma debía estar haciendo algo con su propio poder, porque todos los muebles de la cocina y hasta el suelo empezó a escarcharse, a cubrirse de blanco. Supongo que intentaba apagar mi fuego, pero la ira me sustentaba y la ira es poderosa en mí. Aunque no las tenía todas conmigo, la encaré. La señalé con mi mano ardiente y avancé hacia la puerta. Ella dejó de estar sonriente, chasqueó la lengua, no sé cómo puede hacerse eso si tu boca están hecha de nieve, pero lo hizo, y se apartó. A un gesto de ella los niños desaparecieron casi de inmediato de la cocina. Pero no me libré de ellos, estaban esperando en el salón, junto a los cadáveres del resto de mis amigos. Los habían descuartizado, mutilado de múltiples formas y por la sangre derramada no cabía duda de que estaban todos muertos. Todos no, el sureño no estaba entre ellos. No sé si realmente murió aquel día, probablemente sí, pero nunca vi su cadáver ni volví a verlo a él. Ella apareció por detrás de mí. No andaba, no exactamente. Sus pies parecían unidos al suelo, y era casi como si se desmoronase a cada paso para reconstituirse en el siguiente, pero dejando siempre tras de sí un rastro de hielo y nieve. Me dijo que no podía escapar, pero que no tenía por qué morir. ‘Te daremos la leche del Señor del Invierno’, me dijo, ‘y serás una de nosotros, una muy poderosa’.

(Entonces realmente lo hacen)

(¿El qué?)

(Dar… o sea, transformar a gente normal en otros como ellos, dándoles de beber una suerte de esencia de su dios, haciéndoles tragar mal en forma de líquido)

(No me quedé a verlo)

Le dije que antes prefería morir, y que ellos morirían todos antes que yo. Ella se rio y dijo que tenía demasiados hijos para que yo pudiese con todos. Le respondí haciendo arder a dos de aquellas cosas a la vez. Y luego a otros dos casi de inmediato. Ella chilló de rabia o más bien emitió un sonido que no era humano en ninguna forma y con un gesto hizo desaparecer a los saltadores. Me giré hacia ella y la miré a los ojos. No había miedo en ellos, sólo orgullo y algo de admiración. ‘No todos mis hijos son así de pequeños’, me dijo y se desmoronó como si fuese un muñeco de nieve. Pensé que había vencido y pensé en mis compañeros muertos, pero no. Una pared simplemente se derrumbó y tras ella surgió un hombre… es difícil de describir, pero creo que la imagen es clara. Fuerte, muy fuerte, y por todas partes de su piel sobresalían… como botones hechos de hueso, protuberancias.

(Un blindado, aunque el nombre más popular es óseo)

Estaba claro que aquella cosa, ese óseo, no tenía buenas intenciones así que intenté quemarle con el poder de ambas manos. No tuvo ningún efecto. Nada en absoluto.

(Los óseos son casi inmunes a la magia)

(Hubiese estado bien haberlo sabido en aquel momento)

Lo volví a intentar, y luego lo volví a intentar de nuevo. Nada de nada. Aquella cosa se me echó encima. A penas pude esquivar el golpe. Mi fuego no funcionaba con esa cosa así que eché a correr. Casi me mato al bajar desde la altura en la que estaba la casa. Por suerte aquella cosa no era especialmente rápida. Por otra parte se abría paso a puñetazos y ni las paredes más gruesas parecían poderlo parar. Corrí y corrí, pero no sabía hacia dónde. Me perdí en las calles mal olientes de la ciudad, probablemente hasta lugares bastante lejanos de su borde exterior. Tuve suerte. Suerte de Adharif, porque el óseo perdió mi rastro y yo pude dejarme caer exhausta en lo que parecía un viejo almacén.

Intenté mantenerme despierta pero no pude. Cuando me desperté al mediodía siguiente aún seguía viva, pero me fallaban las fuerzas por la falta de sangre. Mi retorno al campamento fuera de la ciudad lo viví como en un sueño, o más bien como en una pesadilla. Allí dormí un día entero, sin pensar en que realmente los animales de allí fuera podían ser tan peligrosos como los muertos caminantes de la ciudad, o aquellos seres del Señor del Invierno. Y eso, fue el final de mis incursiones a Talesmel. Me quito…

…la diadema.

Pues no se puede decir que eso de encontrar antigüedades valiosas se te dé muy bien.

Daba. Las primeras veces no se me daba muy bien, pero aprendí con el tiempo. Créeme soy una saqu… una localizadora de antigüedades muy experta y con mucha suerte.

De acuerdo. ¿Paramos un rato?

Sí, vale, pero invitas tú.

Siempre invito yo.

Por eso es lo más adecuado, no vamos a cambiar así de pronto las tradiciones.

Hoy estás contenta y no paras de bromear.

Sí creo que todo está yendo muy bien, ¿no crees?


Existe alguna complicación, pero creo que la solventaremos. Vamos a tomar algo.

27.11.13

Shamsia 23

Mi pensamiento ahora mismo es una tormenta de desastres contrapuestos. Ahora que lo veo escrito me parece que necesita una explicación, aun cuando escribo esto para mí. Nunca estará en una carta o en un informe. Sólo lo escribo porque mi pensamiento es ahora mismo una tormenta de desastres contrapuestos. No es que tenga que escoger la mejor opción, todas son malas. Tampoco es que tenga que optar por la menos mala, todas son desastrosas. Lo piense como lo piense todo lleva a un camino lleno de fracaso y dolor de alguna clase.

Ya es evidente. Amo a esta mujer de tal forma que simplemente no puedo pensar en no estar con ella. Y ella, oh, la Rosa me asista, me corresponde. No sé si tan profundamente como yo a ella. Realmente ella me supera en muchas cosas y no me atrevo a decir que puedo ver detrás de sus palabras, detrás de su superioridad en experiencia y carácter. Ella es mejor que yo. O tal vez pienso eso porque estoy enamorado. No lo sé. Ella me parece mejor que yo. También es una mujer de más edad. Sólo con esos dos inconvenientes este sentimiento es un desastre. Que un hombre piense en emparejarse con mujeres de mayor edad no es algo que se considere de persona de bien, que esa mujer sea superior a él, en inteligencia y carácter, sólo complica mucho las cosas. Y todo eso sin considerar quién soy yo y cuáles son las circunstancias.

Soy su entrevistador, maldito sea el destino. Ni siquiera me preocupo ya por mi propio destino, pero es que el de ella quedaría claramente perjudicado si se supiera. Ya han echado del programa a gente por una situación parecida, no la misma, claro, porque en este caso es real, no algo que el candidato haga para recibir un trato de favor, pero eso da igual, porque parecerá lo mismo. Dejar de ser su entrevistador, se me hace muy duro, y es probable que acabe en cualquier caso en el mismo problema, para ella y para mí. Si renuncio ahora lo investigarán, eso seguro. ¿Quién iba a renunciar voluntariamente a ser el que aceptó y unió al Liceo a la que es probablemente el hechicero con más potencial de los últimos siglos? Y cuando investigasen sabrían lo que siento ahora, y sospecharían igual.

He llegado a pensar en huir. Dejarlo todo. Mi posición y hasta mi familia, porque no creo que mi madre lo entendiese, y marcharme a algún lugar donde nadie nos conozca e irme con ella. ¿Aceptaría? Tal vez, parece que me corresponde, pero ella quiere estar aquí. Desea ser de los nuestros. No puedo proponerle que nos vayamos, sin nada, a recorrer el mundo como ella ha hecho hasta ahora. Ella ya no quiere eso. Ella quiere ser una hechicera, una estudiante del Liceo.


¿Qué hago entonces? Tan sólo no hacer nada es lo que parece tener sentido. Si el destino me ha llevado hasta aquí, tal vez el destino encuentre una solución que a mí se me antoja imposible. Tal vez la Rosa Resplandeciente haya traído esta mujer y este sentimiento para cubrirnos de felicidad a los dos. ¿Por qué no? Dios es orden y amor, ¿no?

26.11.13

Shamsia 22

Gracias por no hablar de mi historia durante la cena.

Necesito conocer tu historia, es mi encargo, pero también me gusta escuchar tus opiniones sobre muchas otras cosas. Y eres divertida cuando analizas nuestras costumbres desde el punto de vista de una extranjera.

¡Es que sois muy raros!

A mí no me lo parece, pero yo soy de aquí.

Vamos, vamos. Ese jovencito de antes, por ejemplo, estaba claro que quería hablar con la hechicera de la Runa que estaba bebiendo con sus amigas y en lugar de unirse al grupo, se puso a observarlas de reojo sin hacer nada de nada. Eso sí, hablando y hablando sin parar de lo mucho que había avanzado en sus estudios de no sé qué cosa, sin dejar ni meter baza a sus amigos, hasta que estos se han cabreado. Pero lo peor de todo es que ella no hacía más que mirarlo de reojo, o sea que también estaba interesada, pero ni hablaron en toda la noche y cada uno se fue sólo a sus habitaciones.

Ya, pero es normal.

¿Me lo explicas?

Pues aparte de que en general los hechiceros solemos ‘irnos solos a nuestras habitaciones’.

Eso es muy triste.

Eh… bueno... vale, puede ser. La cosa es que en cualquier caso, él es un estudiante de intercambio del Liceo de la Sombra y ella es de la Runa Defensora. Él es iniciado segundo, mientras que ella es protectora de tercer grado. Lo sé por las túnicas que llevaban.

Sigue.

No, ya está. Eso lo explica.

A mí no me explica nada.

El Liceo de la Sombra es famoso por ser un poco… bueno, anda con cosas que no son muy… agradables. Normalmente rozan lo que se consideraría poco… recomendable.

Vale, y…

Ella es de la Runa Defensora.

Vas a tener que explicarte mejor.

Pues la Runa Defensora es el liceo más ortodoxo, son los que cuidan para que las cosas no se… compliquen y cuando se complican su especialidad es repararlas.

Y…

Pues eso, que una chica de la Runa Defensora normalmente no trataría con un chico de la Sombra, ella tiene que ser un modelo de rectitud y de él se espera que sea, pues… no muy recto. Además ella es una protectora de tercer grado.

Ja ja… y eso quiere decir que…

¡Pues que él es sólo iniciado segundo! Está claro.

Cuánto más sé de vosotros más me sorprendéis. Pues no, no me queda claro.

A ver. Ella tiene un rango equivalente a un iniciado sombrío, lo que viene a ser un iniciado tercero. De forma que si él la tiene que considerar una hechicera de rango superior. Aunque, por supuesto, un hechicero de la Sombra jamás aceptaría que uno de la Runa Defensora sea cual sea su rango es superior de alguna forma. Ella en cualquier caso tendría que evitar que la viesen en público con un hechicero de la Sombra, y menos bebiendo alegremente con uno de nivel inferior. Quedaría claro que su único interés es romántico, y eso sería fatal para su carrera. Eso lo sabía él también, así que está claro, tenía que pasar lo que ha pasado.

Eh… ¿qué?

Ja ja… pues que él tenía que encontrar un tema que sirviese de excusa para que ella pudiese interesarse en el trabajo de él, y no en él mismo, por supuesto. Así que él ha pasado toda la noche explicando a todo el bar lo muy avanzado que es su investigación. Lamentablemente no es así, no es muy avanzada, y casi todos los sabíamos. Así que ella ha estado esperando y esperando a ver si él tenía algo mejor que ofrecer y no. Por eso ambos se han ido solos, a sus habitaciones. Está claro.

Por los espejismos del desierto, cuánto os complicáis en esta ciudad.

Hay ciertas normas de convivencia que cumplir, eso es todo.

Nada, nada, os complicáis demasiado la vida, eso es todo.

Tal vez. Para mí es normal. ¿Seguimos con tu historia? Habías llegado a Al Hassim.

Cierto. Me gusta la ciudad roja. En parte me recuerda a mi aldea. El Nodul Tann y las pequeñas rocas de sus al rededores eran rojizas, como las montañas de la ciudad del hierro.

Son rojas precisamente por la cantidad de mineral de hierro que contienen.

Sí, lo sé, me lo explicaron en la ciudad. Yo nunca había visto cómo se obtenía el hierro y me fascinó. Cogen todas esas piedras, que no parecen tan diferentes a las demás, las pulverizan y luego las calientan hasta que se transforma en una especie de melaza de fuego, y ves como de esa melaza fluye el hierro o el acero. Esos lingotes negruzcos salen de rocas vulgares, y las espadas, las armaduras salen de esos lingotes. Había visto cómo lavaban y extraían la turquesa en Tabar, pero aquella transformación parecía cosa de magia.

No es magia, no exactamente, al menos, aunque se le puede considerar una suerte de alquimia básica. De hecho aquí en el keanato el mineral de hierro no es rojo, como en Al Hassim, sino dorado, de hecho lo llaman el ‘oro de los tontos’ y lo puedes ver en muchas decoraciones, como este marco, no es oro es esta clase de mineral de hierro. Y no es tan bueno como el rojo para extraer hierro de calidad, así que hay unas instalaciones en donde realmente se usa la alquimia, con un toque de magia, para conseguir separar la mena del material.

¿La mena?

Lo que no es el metal.

Ah… pues yo no había visto nada igual, y en cuanto lo vi quise saber cómo se lograba aquel prodigio. Me intenté apuntar a trabajar en las forjas, pero se rieron de mí.

Es que una mujer en…

No soy cualquier mujer.

Eso es verdad.

Pero no me dejaron trabajar en las forjas. Lo intenté en las herrerías, en las que tiene el emir, que son grandes y ruidosas. Tampoco me dejaron. Tendría que buscar un trabajo en alguna cosa que ya conociese, algo que no fuese camarera, desde luego. Pero no me apetecía volver a hacer algo de lo que ya había hecho antes, así que no cogí nada. Seguí vagando de aquí para allá, mirando y observando. Sobre todo por las herrerías. Y al final un herrero me dio una oportunidad, un enano, de nuevo. Me ayudó que chapurrease algo de su lengua, y que supiese algo del Rey del Valle del Roc, aunque tuve que moderar las opiniones de Uatchkar, que no eran muy positivas.

¿Te pusiste a trabajar con un enano herrero? No te imagino de herrera.

Bueno, al final no hice mucho de herrera, nunca pasé de aprendiza mala, pero… encontré otra forma de entender el hierro y serle de utilidad a aquel enano.

Me tienes intrigado, cuéntalo ya, ¿usaste tu poder con el hierro?

Sí. Al principio, el enano creo que más que nada le hacía gracia aquella mujer emperrada en aprender cómo manipular el hierro; pero fue amable, me intentó enseñar los principios de su arte. Pero los principios de su arte eran… más bien aburridos: calentar, golpear, calentar, golpear, calentar, golpear, así una y otra vez. Como él decía al hierro hay que domarlo como a un caballo testarudo, bueno, él decía pony. Para acabar haciendo un arma que mereciese la pena tener semejante nombre había que poseer una especie de equilibrio entre fuerza y control. Yo no tenía ni fuerza ni control. Todo lo que conseguía eran… bueno, cosas de hierro feas y que pinchaban por donde se deberían coger, mientras que no cortaban por la hoja.

Toda una artesana de talento natural.

Una maestra artesana, sí. La cosa es que a lo tonto a lo tonto estuve casi un año dedicándome a esa actividad que no llevaba a nada, hasta que el enano, que, por cierto, se llamaba Ranghar, se dio cuenta de que a veces no cogía los guantes para trabajar.

¿Qué no cogías, los…

Que quieres, el fuego me ama, casi siempre. Un poco de hierro candente no tiene porqué hacerme nada y los guantes de herrero son incómodos. Bastante tenía con intentar hacer lo que él me decía que había que hacerle al hierro, como para estar todo el rato atenta a que no se notase que tenía cierta afinidad con el fuego. Así que se dio, cuenta y me lo dijo, vamos, me lo dijo justo cuando había cogido un hierro al rojo vivo por el lado por el que nadie lo cogería.

Ja ja.

Así que tuve que contárselo, y luego mostrárselo. Ranghar quedó encantado con mis habilidades y quiso que probase a trabajar el hierro con ellas. No podíamos hacerlo en público así que consiguió una vieja herrería de una mina abandonada a las afueras de la ciudad, para que pudiésemos ver qué daba de sí mi poder con el hierro.

¿Y daba de sí?

Sí, bueno, no tanto como él esperaba pero sí. Quiero decir, el esperaba que, no sé, que pudiese mover el hierro candente con mi poder, darle cualquier forma y esas cosas que al parecer llegan a hacer los sacerdotes experimentados de sus tierras. Pero yo no podía modelar el hierro más que de la manera tradicional, o sea a martillazos, y lo hacía muy mal.

O sea, que no.

Encontramos la forma. Si él trabajaba, yo podía regular la temperatura del hierro de una forma que él jamás hubiese conseguido por sí mismo. Él me enseñó a qué temperatura debía estar el hierro en cada momento, en cada operación, cuándo debía subir y cuando bajar de temperatura. El resultado era una pieza excepcional. Cuando estaba él al martillo, claro, si lo cogía yo todo seguía siendo un desastre. La cosa es que las piezas que hacíamos de esta manera alcanzaban un precio exorbitante. Como para hacerse rico en poco tiempo.

Vaya, y cómo…

Era muy cansado y muy aburrido. Todos los sudores que Ranghar soltaba de sostener el hierro y golpear con el martillo, los soltaba para mantener la temperatura exacta. Además había que permanecer en silencio y concentrada. Total que gané algo de dinero, lo justo para hacerme con la armadura con la que llegué aquí y me largué sin despedirme.

¿Sin despedirte?

Uff, Ranghar era un artesano completamente dedicado a su arte, nunca hubiese aceptado como explicación para mi marcha que ‘me aburría’, así que decidí no darle ninguna explicación. Ya conocía el hierro y lo que yo podía hacer con él, o sea, casi nada, y aunque la ciudad estaba bien, era el momento de irse a buscar cosas nuevas y más interesantes, así que me uní a un grupo de locos que iban a rebuscar entre las ruinas de Talesmel.

Vaya, eso debe de ser casi tan peligroso como ir a buscar tesoros en los restos de la Ciudad Vieja.

Era realmente peligroso y excitante, pero espero que lo de Tamana Bal Omara sea aún mejor.

Realmente estás un poco loca.

Ya sabes, el fuego corre por mis venas.

Literalmente.

Casi, si me cortan sangro como los demás.

Cuéntame lo de Talesmel.

Oh, vamos, Nasree. Mira la ventana, ya sólo hay estrellas en el cielo. Dejémoslo por hoy.

Está bien, mañana seguimos. Vete a tus habitaciones y descansa.

¿Estás seguro de que quieres eso?

Eh… cóm… yo… Shamsia, vete a tus habitaciones, por favor. Mañana nos vemos.

De acuerdo, como quieras. Y gracias por ser tan comprensivo. Yo… el recuerdo de aquella plaza.

Vete a dormir. Mañana seguimos.

Hasta mañana, Nasree.


Hasta mañana, Shamsia.

25.11.13

Shamsia 21

¿Estás mejor?

Sí, perdona por la escena de antes.

No hay nada que perdonar, y, hubo cosas buenas.

Sabía que…

No sigamos por ahí. Intentemos completar tu historia. Cuánto antes terminemos mejor, así podremos empezar a considerar otras cosas.

Eres mono cuando eres tan recatado.

Shamsia. Estabas desnuda en Alcamisso. ¿Qué pasó después?

Pues, ante todo tenía que evitar que me encontrasen, así que lo primero que hice fue esconderme. No conocía la ciudad y no sabía cómo de lejos estaba del fortín de adobe que era lo único que había visto. No sabía si la dirección más cercana por la que salir de la ciudad era el norte o el sur. Ni siquiera tenía claro hacia dónde caía el norte o el sur. Simplemente corrí, busqué el primer callejón que encontré y allí el lugar más oscuro. Fue así cómo acabé en una casa abandonada que estaba en un semisótano. Al principio lo único que me atreví fue a cerrarlo todo y a acurrucarme en la esquina más oscura de la casa.

Pasé muchas horas allí hasta que el hambre y el frio, me hicieron moverme. Invoque una discreta llama en uno de mis dedos y con aquella exigua luz recorrí la casa. Fuesen quien fuesen los dueños no abandonaron la casa por su propio deseo. Tal vez habían huido precipitadamente por alguna razón. Tal vez eran herejes y los habían quemado como habían intentado hacer conmigo. Tal vez habían muerto todos de alguna enfermedad. En cualquier caso habían dejado muchas cosas atrás. Lo que fuese que los había hecho desaparecer no asustaba a los vecinos, porque claramente habían saqueado la casa. Solo habían dejado detrás las cosas que no le servían a nadie.

Pude encontrar un viejo candil, que encendí, una olla de lata muy remendada, un jergón sucio, una sábana raída y dos viejos vestidos que probablemente estaban esperando ser transformados en trapos. Me vestí con uno de ellos, y con una vieja camisa me pude apañar un pañuelo que cubriese mis delatores pelos rojos y rizados. Tal vez con aquello pasase algo más desapercibida, pero no era probable, seguía teniendo mis ojos y mi piel lechosa. Una tinaja contenía agua. No olía bien, pero es lo que estuve bebiendo mientras estuve allí.

No había nada que comer, nada de nada. Y aquella noche fue un adelanto del hambre que pasé en Alcamisso. Hasta que no pasaron dos días el miedo que tenía no fue menor que el rugir de mi estómago, como para atreverme a salir de nuevo a la calle. Había estado esperando la incursión de los guardias de la ciudad, de los ofrecidos o de una turba de gente enfurecida por haber matado a sus seres queridos; pero nada de aquello había pasado. Tenía que salir y conseguir algo que comer. A la tercera noche me decidí a salir.

El suelo estaba frío de la noche y recuerdo aquella sensación en mis pies, con mucha claridad, no sé por qué. Tal vez porque representaba que lo había perdido todo, incluso aquellas botas que conseguí entregando las de mi padre. Todo no. Este colgante había sobrevivido al fuego. Me agarré a él con fuerza y me dije que era la prueba de que no todo lo que había vivido hasta entonces había sido para nada. La prueba de que iba a volver a conseguirlo todo.

¿El de turquesa de Tabar?

El mismo. Podía haberlo vendido y tener para vivir algo de tiempo; pero, primero no quería, y segundo, una mujer sucia, con un vestido de pordiosera y descalza, vendiendo un colgante de turquesa, llamaría mucho la atención.

¿Y cómo te apañaste?

Robando. Era un monstruo asesino. Robar no agravaba mis pecados. Así que robé. Primero entre los desperdicios de las tabernas, así que no sé si a eso se le puede llamar robar. Luego, una noche, entré en una de ellas, y me llevé un saco entero de la despensa. Pero no me quedé en la comida. Me conseguí unos zapatos, un chador para cubrir mi vestido. Y poco a poco, siempre saliendo por la noche, siempre teniendo mucho cuidado, siempre regresando a mi oscura madriguera, fui haciéndome una idea de dónde estaba.

Era un barrio de artesanos de Alcamisso. Había ceramistas, y trabajadores del cuero, y algún sastre; pero el barrio estaba medio vacío. Muchas casas tenían un aspecto parecido a la que usaba para ocultarme, abandonadas de forma precipitada, con objetos sin mucho valor en ellas, así que decidí creer que se trataba del resultado de las purgas de la Iglesia del Sol. No solo se habían ensañado conmigo, estaban esquilmando a la gente. Matándolas. Así podía pensar que ellos eran los malvados, y no yo. Empecé a envalentonarme y robé un vestido mejor, y una bota de vino. Al final me descubrieron, pero no fueron mis víctimas. Al final me descubrió mi competencia.

¿Tu competencia? ¿Qué quieres decir?

Ladrones. Una noche cuando entré en mi refugio, había tres hombres esperándome. Sin mediar palabras dos me agarraron por los brazos y el tercero me partió la nariz de un puñetazo. Creo que aún se me nota un poco.

Yo no he notado nada.

Me miras con buenos ojos. Mira está un poco torcida aquí. Pensé que me iban a dar una paliza mortal, pero no me pegaron más. Me soltaron y el hombre del puñetazo me dijo ‘hija, en esta zona de la ciudad no se roba nada sin mi permiso’. Luego me levantó, mientras yo sangraba por la nariz, y mirándome a la cara me repitió ‘no sin mi permiso’. Se sentó en uno de los taburetes de la casa y encendió una pipa. Luego se presentó como Hakkim, y les dijo a sus matones que me sentaran. ‘No eres mala’, me dijo, ‘para ser una aficionada, pero estás robando a la gente equivocada’. Luego me cogió por la barbilla e ignorando la sangre que le manchaba la mano añadió, ‘y además eres mona, creo que podrías ser de utilidad en mi grupo’.

¿Te invitó al gremio de ladrones?

Sí, y acepté, claro, que otra cosa podía hacer. Me pusieron una capucha de tela basta y me llevaron por calles que en cualquier caso no conocía, hasta donde tenían su propia guarida. En las profundidades de la ciudad, ocultos de las autoridades llameantes de arriba. En realidad mi suerte de adharif había regresado. Cuando debía refugiarme de la autoridad me acogían los que detestaban la autoridad y me ofrecían el mejor lugar de todos para ocultarse. El Nido de Ratas Nocturnas, que es como lo llamaban, la guarida de Hakkim, uno de los señores del crimen de la ciudad.

Y te hiciste ladrona.

Sí, aunque eso es muy genérico, me entrenaron para mangui, incursora y gancho. Lo que mejor se me daba era lo de gancho. Me ponían ropa más o menos elegante y mis rizos rojizos embelesaban a los primos mientras les convencían de que les estaban vendiendo un salvoconduto por todos los territorios del sultanato o una recomendación firmada de puño y letra por el mismo profeta.

¿Cuántos años estuviste con… en el Nido de Ratas Nocturnas?

Casi tres. Allí aprendí a disimular, a pasar desapercibida de verdad, escalar, y ocultarme en las sombras de una ciudad, y sobre todo a observar las oportunidades.

Toda una experta ladrona.

Ya me vas conociendo. Soy adharif, monstruoso ser del desierto, asesina amante del fuego, timadora y ladrona. Te dije que no te gustaría.

No es un buen historial, pero te viste forzada a ello y en cualquier caso no importa lo que hagamos, sino lo que haremos. Lo que haremos es lo que somos. Así que dime, ¿eres una ladrona? ¿Una timadora?

Dejé todo eso atrás, hace tiempo. Aunque no fue fácil. Hakkim nos vigilaba a todos de cerca. Nos daba nuestra parte de los trabajos, claro, pero no demasiado, y nos animaba a gastarnos lo ganado con alegría, como decía él, ‘ignorad el futuro, hijos míos, ignorad el futuro, pues lo más probable es que esté lleno de sogas, hogueras o manos cortadas’. Pero él, sí que ahorraba, atesoraba. En realidad tenía miedo de que alguno de nosotros se hiciera lo bastante listo como para abandonarlo, para montar otra banda rival y echarlo de su territorio. También tenía miedo a envejecer y a que su fuerza física, a la que tanto apreciaba, desapareciese.

Y, ¿durante todo aquel tiempo tu poder… no lo manifestaste, no lo usaste?

Tenía miedo. Tenía miedo de que me descubriesen, pero tenía aún más miedo de que volviese a ocurrir lo de la plaza, a volver a matar a mucha gente que no se lo mereciese.

Y, ¿pudiste mantenerlo bajo control?

Sí, más o menos. Algunas veces, haciendo el amor…

¿Haciendo el amor?

Oh, Nasree, no soy una sacerdotisa virgen. No creerás que durante tres años estuve con esos hombres recios y descarados absteniéndome del sexo, ¿no? No, Nasree, soy una mujer con necesidades, y además hubiese sido incluso peligroso ser demasiado… estrecha.

Ah…

No te frustres Nasree, no han sido tantos hombres. Otro día discutimos la cantidad. Pues algunas veces, haciendo el amor, mis ojos se iluminaban y notaba cómo mi pelo estaba a punto de inflamarse. Pero tuve suerte y nadie se fijó en ello.

Y luego ya te presentaste al programa.

Oh, no, no. ¡Qué mono! Debes pensar que soy mucho más joven. No, Nasree, aún queda bastante de mi historia por contar. Al final me fui del Nido de Ratas, me largué de Alcamisso porque hacer de chica exótica que hacía de gancho no era lo mío. Ya había probado lo de revisar en viejas ruinas y quería volver a hacerlo.

Regresaste a Al Fartha entonces.

No, en aquella ciudad me conocía demasiada gente, y estar en el sultanato era demasiado peligroso, me marché a Al Hassim; pero antes de que te cuente eso, quiero contarte otra historia que me pasó en Alcamisso.

De acuerdo, adelante.

Una noche descubrí dónde guardaba Hakkim sus tesoros, a dónde iban a parar las ganancias que nos escatimaba a los demás.

¿Los enterraba o algo así?

No. Estaban en tierras, no enterradas.

¿En tierras?

Hakkim tenía una familia que nos mantenía oculta. Un hermano con una esposa y unos lindos hijos, y les daba el dinero ganado para que fuesen ampliando poco a poco la finca familiar. Hakkim, el pendenciero señor de las calles y de la noche, en el fondo añoraba el entorno de granjero en el que se había criado. Me descubrió espiándolo, así que supo que yo sabía. Me amenazó y yo le aseguré que nunca le diría nada a ninguno de los de la banda, a lo que él me dijo que claro que no lo haría o desaparecería en el fondo de un pozo.

¿Tan malo era que supiesen que invertía su dinero en tierras de labranza?

Creo que los otros jefes le habrían perdido el respeto y no hubiese durado mucho. Probablemente no hubiésemos durado mucho ninguno de los de la banda, así que el silencio era la mejor opción para mí.

Lo chantajeaste.

Sólo al final y sólo para que no me siguiera cuando me fui, pero no es esa la parte importante de esta historia.

¿No?

No, lo importante es que me di cuenta en ese momento que yo no añoraba mi aldea, mi pasado y mis cabras. Yo no añoraba ser pastora. Me di cuenta en ese momento que lo que añoraba era el viaje, los peligros, aterrorizar a terroríficos trolls hasta hacerles cantar la información que conociesen sobre misteriosas tumbas y tesoros perdidos. En ese momento me di cuenta de que lo que había sido probablemente un capricho de la niña pastora, vivir aventuras en lugares peligrosos, era realmente mi auténtica naturaleza. Yo era aquella que había acompañado a los enanos. La que sobrevivía a trampas de fuego y estaba a punto de encontrar una poderosa reliquia.

Shamsia, ¿lo que me dices, es que realmente querrías ser una de las que penetran las ruinas de la Vieja Ciudad a rescatar parte de lo que perdimos?

Eso, me gustaría mucho.

Es muy peligroso, Shamsia. Muchos mueren y otros muchos sufren algo peor.

Eso me han dicho, pero vosotros, cuando me aceptéis, me entrenaréis muy bien, ¿no?

Es muy peligroso, realmente lo es.

Viendo las tierras del hermano de Hakkim, descubrí que el peligro me da la vida, Nasree. Lo amo más que a los hombres, ¿lo entiendes?

Sí.

Pero no te deprimas, chico, los hombres me gustan mucho, y algunos me gustan especialmente. Ven aquí.

Shamsia, por favor, continúa con la historia. ¿Cómo te marchaste de Alcamisso y de tu vida de ladrona?

Pues, por una parte estaban mis deseos, y por otra parte las autoridades de la ciudad empezaron a hacer las cosas muy complicadas. El Profeta Yaffer dijo públicamente que los ladrones y los timadores no sólo eran delincuentes, sino enfermedad de la sociedad a los ojos del dios. Y todos sabían cómo trataba él la enfermedad, normalmente cortando los miembros enfermos, tanto la parte enferma como el resto del miembro. Toda la ciudad se dio cuenta del mensaje. Si los ciudadanos no colaboraban activamente en frenarnos el cercenaría los barrios en donde se sospechaba que estuviésemos. Cuando surgía un brote epidémico, Yaffer quemaba el barrio entero, con sus habitantes dentro. Haría lo mismo con nuestros barrios. Así que ahora los trabajos estaban paralizados, y todos temíamos que los viejos colaboradores de los barrios humildes ahora fuesen nuestros delatores. Estaba harta, pero no del riesgo, sino de la inactividad, así que una noche pillé a Hakkim a solas y le dije que me iba. Primero se rio de mis intenciones, y me dijo que si quería más parte de los botines tendría que esforzarme más. Cuando insistí en que me iba a ir, empezó a amenazarme. Me dijo de todo y yo me limité a decirle que no tenía miedo de un agricultor. Podría haberme salido muy mal, mortalmente mal, pero coló. No se atrevió a detenerme, y por fin salí de la ciudad. Volvía a ser una mujer segura de mí misma. No, en realidad, ahora era una mujer segura y en un caballo, antes sólo era una chica que creía saber de qué iba el mundo montada en una mula.

El campo abierto ante ti y las heridas curadas. Heroína dispuesta a la cabalgada.

Nunca he podido ni podré curar la culpa de lo que hice en aquella plaza, pero por lo demás, sí, estaba dispuesta. Nada más salir de Alcamisso encontré un cruce del camino que me indicaba por dónde se encontraba la libertad, y ahora ya sabía leer las indicaciones. El camino del más al norte decía ‘A tierras de los nórdicos por el paso de Alil’, estaba cubierto por pintura roja. El camino de más al sur decía ‘Salasem y los Puertos Imperiales’. Y los tres intermedios decían: ‘Talesmel y camino de caravanas’ –que estaba también cubierto de pintura-, ‘Al Hassim y Montañas Rojas’ y, por supuesto, ‘Al Fartha y Valle de Trolls’. El norte me atraía, era una tierra de cuentos, con caballeros cubiertos de reluciente acero y sacerdotes del empalado, pero me habían explicado que en medio se levantaba ahora el reino del Negka de los shontaros, y temía a los shontaros y su gusto por las esclavas exóticas. Al Fartha no era una posibilidad, y la costa no era mucha mejor opción. Así que sólo me quedaba un lugar Al Hassim.

Al Hassim y las montañas rojas. La ciudad del hierro, del acero, la puerta del Desierto Árido, la más próspera de las ciudades del Triángulo de la Prosperidad.

Así he escuchado que era en los tiempos antiguos. Hierro en la ciudad roja de Al Hassim, diamantes y oro en la ciudad amarilla de Al Kars y turquesas en la ciudad blanca de Tabar.

Por no hablar de las infinitas praderas de sal y otras tierras de utilidad del oasis de Al Kots.

En el fondo lo más útil es la hierra y la sal, pero, ¿a quién impresionan frente al oro, los diamantes y las turquesas de las otras ciudades? Tabar es hermosa, pero está atrapada bajo las damas blancas y rodeada del desierto. Al Kars es majestuosa, noble, sus resplandecientes cúpulas chapadas en oro ocultan el hambre de sus vegas secas, de sus rebaños raquíticos y de sus montañas repletas de monstruosas alimañas. Es la ciudad roja de Al Hassim la destinada a la gloria. Es una ciudad prodigiosa donde el que desea prosperar puede hacerlo trabajando sin descanso Es una ciudad en la hasta los que no son humanos son respetados si demuestran su valía. Los Adhá protegen a los artesanos, sean quienes sean y su iglesia del sol, es razonable. Me gustan los Adhá y su gente. La ciudad me trató bien.

Pero, ¿cómo llegasteis hasta ella? ¿No hay tropas en las fronteras?

Sí y no. Entre los Adhá y el Profeta no hay ninguna simpatía, pero el Sultanato Llameante, tiene demasiadas fronteras, eso lo aprendí durante mi estancia en Alcamisso. A su noreste la familia Kat Rabal, lo que queda del viejo sultanato, intenta recolonizar las antiguas tierras de los castis, las ruinas y sobre todo las costas, amenazando no sólo las aguas del Mar de Calmathara, sino representando una vía de escape para todo aquel que encuentre intolerable el régimen del Profeta. Al norte el Negka de los shontaros representa un peligro constante, siempre dispuesto a cabalgar con una infinidad de jinetes sobre las tierras fértiles. Los libertos de Tabar son una espina en el corazón del Profeta, cuyas tropas fracasaron en devolverlos a las cadenas. Por si fuese poco, los desertinos aún saquean los bordes del sultanato y quién sabe si aún no quedan, entre las dunas, ejércitos del Señor de la Noche. No, el Profeta no puede cerrar su frontera con la ciudad roja. Necesita el hierro, de la misma forma que el señor de la ciudad necesita la comida que llega desde el sultanato. Ambos se odian, y ambos se toleran. Los ejércitos de unos y de otros son atacados de inmediato en territorio contrario, pero los comerciantes cruzan constantemente la frontera sin ser molestados. Así que, en cuanto pude, me uní a unos comerciantes. No eran muchos, pero sabían lo que se hacían. Estaban liderados por Abdul, un hombre que llevaba en el camino desde que era un niño y que siempre había hecho esa ruta, la que unía Alcamisso con Al Hassim al norte de Al Fartha, y su caravana había crecido con toda clase de gente de todas partes. Sureños perdidos en el norte al perderse la vieja ruta que llevaba desde Kiobi hasta Verna. Desertores de todos los ejércitos. Refugiados de todas las fronteras. Hasta un devorador, como los llamáis, hasta un bebedor de sangre sacado de entre las ruinas de Talesmel, que le servía a Abdul para leer la mente de aquellos con los que hacía negocio. Nadie era rechazado en la caravana de Abdul, ni siquiera yo, la chica de pelo como las llamas y piel como la nieve.

Parece un sitio dónde podrías haberte quedado a vivir, ¿no? Un lugar que no rechaza lo extraño.

¿Y volver cada poco al sultanato del profeta? No gracias. Y aunque no fuese ese uno de los extremos del viaje yo no estaba buscando una casa en la que vivir, y mucho menos una vida en la que se repitiese una y otra vez el mismo viaje. Yo quería sentir el peligro, zambullirme en aventuras como las de los cuentos. Y si no podía ser, al menos aprender muchas más cosas, cosas nuevas.

Y, ¿encontraste aventura en Al Hassim?

No tanta como había esperado. No tanta como deseaba, pero sí que aprendí un nuevo uso para mi poder.

¿Cuál?

Se hace tarde, ¿paramos un poco? Si quieres podemos volver un rato más, ya por la noche.

De acuerdo. Estoy intrigado con lo del nuevo uso.


Oh, en realidad es sencillo de adivinar, pero luego te lo cuento. Vayamos a tomar alguna cosa.

24.11.13

Shamsia 20

¡Hola! Te estaba esperando.

¿Cómo es que estás…

¿Dentro? Estaba impaciente y resulta obvio dónde escondes la llave extra. Esta. Toma, guárdala mejor o alguien te robará algo importante.

No debería entrar sin permiso en mi casa.

¿Seguro? ¿No te gusta encontrarme dentro?

Es peligroso, Shamsia.

Olvídate de lo que piensen, además ya nos han visto por ahí muchas noches en las tabernas.

Y está mal, pero me refería a que tengo cosas peligrosas por aquí, en aquel arcón por ejemplo, y aquellas botellitas pueden ser…

¿Más peligrosas que yo?

La verdad es que probablemente no. Eres todo un peligro, de eso no me cabe duda.

Y ahora más, ¿te gusta este nuevo vestido?

Shamsia, por favor, te dije que compraras…

¿No te gusta? Mira qué vuelo tiene. Me encanta, es de seda de los meridionales. Me encanta esta clase de tela.

Te queda muy bien. ¿Por qué no empezamos? Vamos muy retrasados, casi todos los demás han terminado ya.

De acuerdo, pero lo que viene ahora es muy triste y algo duro para mí. ¿Podemos evitar usar la diadema? Puede ser… no me gustaría que lo vieses.

No sé, Shamsia, intentaremos evitarlo, pero según lo que sea… puede ser importante. Por favor, siéntate y empecemos. Tuvisteis que abandonar la tumba de Nedje el Tuerto.

¿Quién?

El último portador conocido del Medallón en época de los antiguos.

Ah, entonces sí. No nos quedaba comida ni agua, así que regresamos hacia Al Fartha. No tuvimos mucha suerte en el viaje, primero uno gecko gigante nos atacó una de las noches e hirió a Tarak. La falta del explorador nos complicó aún más las cosas. Estábamos un poco ciego sobre el terreno que estábamos recorriendo y poco después de llegar al Valle de Al Fartha un grupo de trolls cayó sobre nosotros. No sobrevivimos todos. Utku, murió en aquella lucha. Mientras yo los quemaba y Uatchkar nos protegía alzando un muro de piedra su hermano estaba intentando proteger a Tarak, que estaba herido. Un troll apareció por nuestra espalda y le golpeó con tal fuerza que lo lanzó muchos codos lejos de nosotros. Quemé a aquel troll, pero a pesar de nuestros esfuerzos y de lo duro que luchó Uatchkar, otros trolls llegaron junto a Utku antes que nosotros. Lo mataron a patadas y pisotones.
Uatchkar perdió las ganas de vivir tras perder a su hermano. Al final los trolls huyeron por mi fuego, y por las estacas afiladas de piedra que el sacerdote hizo surgir a nuestro alrededor, pero cuando se marcharon, simplemente se sentó y dejó de hablar. Quedarnos allí era la muerte segura. Antes o después los trolls regresarían, así que le grité y le grité hasta que al final, se levantó, cogió el cuerpo de su hermano a cuestas y me siguió.

Una joven, un sacerdote derrotado con el cuerpo de su hermano muerto y un cojo, eso es lo que quedaba de nuestra expedición. Eso es lo que llegó a Al Fartha dos noches después. La puerta de la empalizada estaba abierta. Me alegré por ello. Normalmente estaría cerrada y sería difícil convencerles que la abriesen. Acampar a las afueras de la ciudad era peligroso en el mejor de los casos, y muchas veces la guardia no socorrería en plena noche a alguien fuera, atacado por trolls. Pensé que la puerta abierta era un poco de suerte, después de todo, pero me equivocaba.

Entramos y nos dirigimos a donde los enanos tenían su alojamiento. Uatchkar seguía en estado de shock. El cuerpo de su hermano olía mal, pero no le había logrado convencer de que lo enterrásemos en ninguna parte del campo. Se limitaba a decir ‘trolls’, cuando se lo volvía a pedir. Supongo que querría decir que no pensaba dejar que algún trolls acabase comiéndoselo, lo que, por lo que habíamos visto en nuestras anteriores incursiones era el destino normal para cualquier tumba ahí fuera. Yo esperaba que lo alzásemos en el pequeño recinto sagrado elevado del norte de la ciudad.

Los enanos no alzan a sus muertos, no creen que el que el cuerpo sea consumido por los pájaros, ayuda elevarse al alma. De hecho creen que su dios es la tierra que pisamos, así que entierran a sus muertos, con la esperanza de que el alma se ‘hunda’ con más facilidad.

¿Sí? Estuve bastante tiempo con enanos en Tabar y nunca me quedaron muy claras sus ritos mortuorios.

Por lo que he leído son bastante discretos con el tema. No les gusta hablar de los muertos.

Leído, leído. Deja de leer tanto y acompáñame a algún viaje.

Lo haremos, más adelante, Shamsia. Continúa tu historia, por favor. Quisiera dar por completadas las entrevistas cuanto antes.

¿Y dar tu aprobación?

Es lo más probable, pero tenemos que terminar, por favor, quiero saberlo todo sobre ti.

No sé si todo te gustaría.

O tal vez sí, continúa, por favor.

Pues, no llegamos hasta el alojamiento de los enanos. Antes de llegar a la plaza central nos rodearon un montón de lanzas.

¿Y eso por qué?

Uno de los extranjeros, un sureño llamado Kyo, de la partida de caza Oleg, había resultado ser un sacerdote de una diosa extranjera. El iluminado le había descubierto y había ordenado capturarlo, pero Kyo no sólo se defendió sino que logró matarlo antes de que los ofrecidos le mataran a él. Los ofrecidos habían entrado en cólera, se habían puesto a apresar a todo el que fuese sospechoso con la ayuda de otros creyentes de la ciudad, incluyendo a todos los hombres de Rasim, y pretendían llevarlos a juicio a Alcamisso. Y en ese momento habíamos llegado nosotros, los enanos y la extraña pelirroja de piel demasiado clara que iba con ellos. Pensé en salir de allí usando mi fuego, pero la mirada de Uatchkar me detuvo. Fue un error. Nos apresaron y nos metieron en una jaula en una carreta tirada por bueyes en dirección a Alcamisso.

¿Y no escapaste en el camino?

Lo pensé, muchas veces. Podría haber quemado la carreta, a muchos de los guardias, liberarme, matarlos a todos si me ayudaban algunos de los presos, pero… yo no confiaba demasiado en el control de mi poder y probablemente arderían muchos de dentro de la carreta. Incluyendo buena gente, extranjeros pero buena gente, artesanos y cosas así, de la ciudad. Gente que conocía.

Entiendo.

Uatchkar ni siquiera se resistió a lo largo de todo el viaje. Despojado de sus armas y de su armadura, parecía mucho más viejo de lo que era, y tan solo farfullaba en su idioma frases que incluían al nombre de su hermano. Habíamos dejado el cuerpo de su hermano allí, en plena calle, y creo que temía que no le hubiesen dado el tratamiento adecuado.

No es probable que se lo diesen.

Tarack no era de ayuda tampoco, su herida se infectó y se pasaba el día y la noche temblando de fiebre.

Mal panorama.

Y empeoró. Después de muchos días llegamos a la ciudad. Ni siquiera Tabar es tan grande y tan poblada.

Me han dicho que antes de la Gran Guerra estaba aún más poblada.

Jamás había estado en un sitio así, pero no estaba impresionada. Por lo que sabía me estaba encaminado a mi muerte y no sabía qué hacer. A las afueras, en un barrio de casas de dos pisos, de apariencia pobre y descuidadas, nos paramos en un fortín de adobe encalado y decorado por furiosos discos solares llameantes en rojo. Había muchísimos ofrecidos, y también soldados con un sol pintado en la frente o bordado en la ropa. Nos separaron en diversas celdas y así perdí de vista para siempre a Uatchkar y a Tarack.

¿No podías ahora escapar sin riesgo para los demás presos?

Las paredes eran de adobe pero muy gruesas, tal vez eran de piedra, porque estábamos por debajo del nivel del suelo. Las únicas ventanas eran unos respiraderos estrechos, demasiado para que yo pudiese pasar por ellos, que daban al patio del fortín y cerrados además por barras de hierro. No, no podía escapar de allí.

Nos tuvieron dos días allí, esperando. Y entonces apareció un anciano iluminado con una fuerte escolta. Eran ofrecidos, pero también eran alguna otra cosa. Estaban mucho mejor armados, mejor entrenados eran hasta más altos y fuertes. Aquel iluminado debía ser alguien importante. Fuese quien fuese su capacidad de ver era tan efectiva como el que había visto en aquel pueblecito de la costa, tal vez más, porque no hizo ni una sola pregunta.

¿Podría ver tus recuerdos con la diadema? Nos interesa todo lo que estos… iluminados pueden hacer y tal vez descubrir algún detalle de cómo lo hacen.

Es que… nos acercamos a una parte que…

Por favor.

De acuerdo, pero prométeme que cuando lleguemos a ese algo, es algo que prefiero que no veas.

Tengo que conocerte a fondo, Shamsia, necesito conocerte.

Ya me conoces, Nasree, y es algo que no quiero que veas, por favor.

De acuerdo, pero si es importante…

No lo es tanto. Créeme.

Vale, veamos esta parte con la diadema y lo discutimos después. Toma, ponte la tuya.

Pues…

Aquel viejo me estaba mirando ceñudo con su cara arrugada. La venda, de un blanco impoluto excepto por el sol llameante en rojo que tenía bordado justo en el centro, sobre su nariz, no llegaba a ocultar del todo que sus ojos estaban vacíos, ni la cicatriz que en forma de estrella que rodeaba las cuencas. Casi podía ver el fuego ardiendo en sus ojos y quemando su piel, casi podía sentir el calor de su mirada, como si el fuego nunca se hubiese apagado y siguiese ardiendo en el fondo, detrás de la venda. El viejo había obligado a todos los presos, presas en su mayoría, a alinearse al fondo de la celda. Los miraba un rato y sin preguntar nada daba su veredicto. Ya llevaba tres cuando llegó hasta mí. ‘Casi inocente, ramera, azotadla y dejadla ir’, había dicho con la primera, una camarera nórdica de la Taberna del Escamoso. ‘Inocente, herrero, dejadlo ir’, dijo tras mirar a un sureño que efectivamente trabajaba en una herrería de Al Fartha. Los ofrecidos ejecutaban sus órdenes inmediatamente. ‘Culpable de herejía, en secreto adora a la rosa, ejecución pública’, dijo con la tercera mujer, una cocinera de la Taberna de la Vela Inclinada. Y entonces me miró a mí.

Tardó bastante más que con los otros, como si tuviese algunas dudas, como si no acabase de entender lo que yo era, pero al final dio su veredicto. ‘Culpable, hechicera, ejecución pública’. Aquellas palabras me golpearon con intensidad. Me vi muerta. La angustia se convirtió en ira, que se encendió en una llama intensa.

(Literalmente, ¿no?)

(Sí, mi pelo ardió en llamas, y las sogas que me sujetaban las manos se transformaron en cenizas. Por favor, ¿puedo quitarme la diadema ya?)

(Aún no)

(Por favor)

(¿Quemaste al anciano?)

(No)

(Sigue entonces)

(Está bien, pero déjame que me la quite después)

Agarré al anciano por el cuello y lo levanté en vilo con mi mano derecha. No soy una mujer fuerte, así que no sé cómo pude hacerlo. Uno de aquellos ofrecidos especiales se abalanzó hacia mí, pero empezó a arder. Ni siquiera le había señalado con una mano ni nada. Pero otros dos le siguieron. Dejé caer al anciano para enfrentarme a uno de ellos, estaba llena de ira y quería no ya que ardiese, sino que explotase, que no quedase ni rastro de ninguno de ellos.

(Y…)

(No)

Su otro compañero me golpeó la cabeza con tal fuerza y destreza que perdí el conocimiento. Cuando me desperté tenía calor.

(Déjame quitarme la diadema, por favor)

(No)

Al principio no sabía dónde estaba, ni qué pasaba. Hacía un calor tremendo, como el que hacía en mi aldea en la parte más dura del verano. El aire se agitaba, como lo hacía en el desierto, solo que estaba oscuro, lleno de humo. Tosí. A mi alrededor, había casas, muchas casas y muchas, muchas más personas. Era una plaza y yo estaba en el medio, en lo alto. Estaba en una hoguera y me estaban quemando.

(Por favor)

(Vaya, te… te…)

(Me pusieron en una hoguera, sí, era un hechicero, una monstruosidad que debía ser incinerada, reducida a cenizas y luego arrastrada por el viento. Déjame quitarme la diadema)

(¿Qué paso?)

(Te lo contaré, pero no quiero que lo veas. Por favor)

(Shamsia, saliste de una hoguera, en una gran plaza pública, estás aquí con vida. No sé lo que pasó pero estoy seguro que representa un momento muy importante…)

(Por favor)

(Está bien. Quítatela, pero si hay algo que deba revisar…)

(Gracias)

Al principio recuerdo que lloré. No sé si fue miedo, tristeza o simplemente el efecto del humo en mis ojos. Pero en seguida me di cuenta de que las llamas ya rodeaban mis pies, me estaba quemando viva. El dolor hizo que el miedo se transformara en ira y… yo… el fuego era enorme, y no era la única atada a la hoguera, aquella chica que cocinaba en la Vela Torcida estaba cerca de mí.

Abrazaste el fuego y la salvaste.

No. Me estaba quemando. Yo nunca había sentido… yo había quemado a trolls, y a gente que me había atacado. Yo nunca había sentido el dolor del fuego. Nunca. No, no tranquilicé al fuego. Aquel fuego rugía enfervorecido por los gritos de la gente de la plaza. Gritaban ‘muerte a las brujas, muerte a los herejes’ y otros gritaban ‘purificación, purificación’. Todos ellos querían que nos asáramos las dos, y el fuego no sólo me dañaba, vibraba con esos deseos, con esos gritos y yo me contagié. No tranquilicé el fuego. Lo avivé. A mi alrededor, todo fueron llamas, pero ahora yo era el combustible, ya no laceraba mi piel, sino que me hacía más poderosa. Devoré con ansiedad las cuerdas, el poste, hasta mis ropas y toda la madera sobre la que me encontraba en una llamarada hambrienta de rabia y venganza.

¿Y… la cocinera?

Ardió, como todo lo demás. Ni siquiera lo percibí. Todo era fuego en mí. Y aún quise más. Primero a los soldados que estaban alrededor de la hoguera. Recuerdo vagamente los gritos, pero en realidad sólo fui consciente de haber encontrado más combustible para aquel poder, eran como ramas nuevas que avivan la fogata de campamento. Y luego seguí, el viejo iluminado intentó huir, pero pronto sólo quedaron sus huesos sobre la piedra caliente de la plaza.

Por la Rosa…

Y no me paré. Por eso no quería que lo vieras. No sé a cuánta gente quemé aquel día. No tengo ni idea. El fuego era todo lo que yo era, no había gritos ni personas, sólo cosas que ardían a mi alrededor. Creo que ni siquiera era yo. Ruego que no fuese yo en realidad. Me consuelo pensando que la ira salió de mí en estado puro y me defendió de los que deseaban mi muerte, pero que ya no era yo la que controlaba lo que ocurría.

Oh, Shamsia…

Fue el estallido que teméis y ya ves que puede ocurrirme. Nunca me perdonaré por las vidas que tomé aquel día. No eran sólo los jueces despiadados ni los soldados que ejecutaban sus órdenes. No fueron solo aquellos que de verdad deseaban mi muerte, por mucho que quiera pensar que era así. No. Quemé a inocentes aquella tarde, tal vez a muchos, antes de que los demás pudiesen huir de mi ira y de mi fuego.

Al final, no había nada vivo alrededor de mí. Una plaza vacía, humo y olor a carne asada. La piedra derretida bajo mis pies. La muerte, el silencio y mi desnudez. Me arrodillé y lloré por primera vez por aquella matanza, la primera de otras muchas. Estaba segura que alguien vendría y tomaría la venganza, pero nadie vino a matarme. Soledad y humo. Silencio. Eso era todo mi castigo. Me levanté, me limpié las lágrimas de la cara y me perdí por las calles más estrechas de la ciudad.

Oh, Shamsia.

Ya lo sabes, soy un monstruo. Llama a los guardias de la Runa Defensora, a los soldados, y matadme. Vengad aquella gente de la plaza.

No Shamsia, no fue tu culpa.

Sí lo fue. Yo controlé ese fuego, yo lo avivé, lo dirigí, yo los maté a todos.

Era en tu defensa, luchabas por tu vida. ¡Te estaban quemando!

Al principio, sí, al principio me estaba liberando. Al principio destruí a mis verdugos, pero luego me dejé llevar por el fuego. No, no lo controlé. Me dejé llevar. Y la pobre cocinera… la maté. La maté la primera.

Ella iba a morir de todas formas Shamsia. Os estaban matando a las dos, a las dos. Hiciste justicia con los que deseaban destruirte, los que por puro odio querían quemarte sólo por ser diferente.

Pero, yo debí controlarme, controlarme. Yo debí… no debí matar a todos aquellos.

Ven aquí, Shamsia, ven. Deja que te abrace y llora en mi hombro.

No debí matarlos. ¿Y si pierdo el control de nuevo? ¿Y si te quemo a ti un día?

Shamsia, no lo vas a hacer, yo no voy a hacerte daño. Yo te… Shamsia, soy tu amigo, confía en mí. Tu poder es increíble, y lo llevas muy bien para lo intenso que es. Eres excepcional y no volverá a pasarte nada así.

Gritaban y yo no los escuchaba. ¿Lo entiendes? Soy un monstruo de fuego.

No, Shamsia, no. Eres una mujer. Una mujer excepcional, por favor, créeme. Yo no dejaré que te vuelva a pasar.

Prométemelo. Por favor, prométemelo.

Te prometo que te protegeré y te guiaré. No me vas a hacer daño porque yo no te voy a hacer daño. Quédate conmi.. con nosotros, te cuidar.. te cuidaremos, confía en mí. Este es tu lugar, Shamsia. Aquí estarás a salvo con los tuyos.

Por favor, dime…

Calla, calla y llora, Shamsia. Así muy bien. Llora y deja que salga el dolor. Es terrible lo que te pasó, es terrible lo que llegaste a hacer, pero no fue tu culpa. Lo monstruoso no eres tú, es todo ese sultanato del norte. Su gobernador, ese mal llamado profeta, que dice hablar con el Sol, es inhumano. No sólo persigue a los magos y a los creyentes de otras religiones. Como sabes también persigue a los curanderos de cualquier clase, a los que cantan canciones que no le gustan, a los pintan o hacen esculturas que no sean de su dios. Cualquiera que parezca diferente es sospechoso. Cualquiera es culpable hasta que se demuestre lo contrario. El que tiene hambre, si roba, es castigado tan severamente que ya sólo podrá tener hambre.
No hay humanidad en esa religión, no hay piedad de ninguna clase. Son fanáticos que intentan que toda la sociedad funcione como un ejército al servicio exclusivo de su profeta. Dicen que luchan contra el mal que nos atacó en la guerra, y tal vez lo hagan, pero luchan en realidad contra todo lo que nos hace humanos. Ellos son un enemigo tanto como lo son los monstruos del invierno. Sus iluminados no son tan diferente de los tejedores o de las níveas.

¿Y si yo no soy humana?

Entiendo que temas eso, Shamsia, porque eres muy especial; pero eres humana. Nuestras pruebas nos dicen que eres humana, una hechicera muy poderosa, afín con el fuego, pero humana. Nada indica lo contrario. Shamsia. Nada. Y lo que es más importante yo siento que eres humana. Cuando hablo contigo, cuando te veo sonreír, cuando bebo contigo, ahora que te abrazo y lloras sobre mí. Eres humana Shamsia, uno de los humanos más interesantes que…

…para, para…

…yo… sigo siendo tu entrevistador Shamsia. No debemos.

¿No te ha gustado?

Sí. Es una de las cosas que más me ha gustado en la vida; pero no puede ser Shamsia, al menos aún no puede ser. Por favor, no, no… no lo hagas otra vez. Sigo siendo tu entrevistador, y tenemos que ser algo más…

Yo… lo siento, es que, llevo tiempo…

No lo digas, aún no. Espera un poco, ¿vale? Tenemos… tenemos que completar tus entrevistas, yo…. Yo, yo tengo que decidir con neutralidad, o sea, quiero… pero no…

Está bien, perdóname, yo no debí… lo siento.

Está bien, está bien. Yo… quieres… un… ¿té?

Vino mejor. Tienes, ¿no?

Sí, tengo, algo del mar interior y una vieja botella de Viñar de Conejos.

¡Vaya! Eso es carísimo, ¿no?

No tengo ni idea. ¿Te apetece?

Sí, consuélame con esa vieja botella, mientras me cuentas cómo la conseguiste, ya que no sabes ni cuanto cuesta.

A ver cómo se abre esto.

Déjame. Ves. Ya está. ¿Unas copas?

Eh… ¿esto?

¿Qué es eso?

Bueno, ya no recuerdo el nombre, lo usaba en mis clases de alquimia. Está limpio, no te preocupes. Echa.

Uhm… está muy bueno. Espero que no sea por lo de tus clases de alquimia.

Está limpio no te preocupes. Vaya, sí que está bueno, creo que debería haberlo reservado para un momento especial.

Estás conmigo.

Tienes razón. Échame más.

Uhm… creo que es el mejor vino que he probado. ¿De dónde ha salido esta maravilla?

Es de mi madre, de cuándo la Gran Guerra. Bueno, el vino es probablemente de antes.

Es único entonces.

Como tú.

Pensaba que erais de Tamana, no del norte.

Somos, somos de la Ciudad Vieja. Bueno, mi madre lo es, de muchas generaciones. Yo soy, como todos los nuevos hechiceros un poco de ninguna parte y un mucho de la Ciudad Renovada.

¿Y entonces?

¿Qué?

Esta maravilla.

Ah, mi madre encontró una caja entera en el Santuario.

¿El Santuario?

Eh… no debería haberte dicho eso, perdona. Olvídalo.

Tarde, tengo buena memoria. ¿Cuéntamelo? ¿Algo de cuándo tu madre hizo esa aportación tan importante para la Gran Guerra? ¿Esa aportación secreta?

Olvídalo, en serio. Oye, Shamsia, si ya estás mejor vamos a comer y luego seguimos.

Como veas. Llévame a esa taberna que sirven ese vino de los oll tan dulce, me gusta.


De acuerdo, vamos allí. Espera que cierre esta botella que es demasiado buena para dejarla abierta. Qadir, vamos, ven aquí, amigo, al hombro. Eso es.